La concentración es el arte de aislarse de las influencias exteriores, fijando la atención en algo, una persona o un objeto, para evitar que el espíritu vagabundee. De entre las numerosas ideas que pueblan nuestro espíritu, sólo retenemos aquellas que de un modo y otro están asociadas al objeto elegido, para que la visión de éste sea lo más clara y completa posible. La concentración no es sinónimo de esfuerzo violento, rabia o tensión, es resultado de atención, la perseverancia y el autodominio mismo. A menudo no tenemos conciencia de nuestra propia incoherencia porque llevamos una existencia maquinal y rutinaria. A lo largo de una jornada, llevamos a cabo gran número de acciones de manera automática. En realidad es la clave que nos permite concentrar eficazmente nuestra voluntad par alcanzar un objetivo deseado.
Concéntrate en un objeto cualquiera, una flor, un lápiz una manzana por ejemplo, intentando eliminar todos los pensamientos que no estén relacionados con tu objeto. Haz lo posible por percibirlo totalmente, externa e internamente, como si estuvieras aislada del medio ambiente. Analiza los colores, las formas, la consistencia, la sustancias de todos los objetos, tomando poco a poco sus atributos interiores, sus funciones, su historia. Este ejercicio mejora la capacidad de abstracción y refuerza la capacidad de atención.
Un poco de soledad es igualmente deseable si se desea seguir la vía de la concentración interior, todos los maestros espirituales, los grandes ocultistas, han dedicado una parte de su existencia al diálogo silencioso con ellos mismos. Haz tu como ellos, aíslate para dedicar algunos instantes de tu precioso tiempo a tu voz interior, ofrécete de vez en cuando el lujo de un tranquilo paseo por el campo, con el silencio como único compañero. Y si la ciudad se empeña en mantenerte prisionera intenta taparte las orejas y escuchar tu voz interior.
